recull de premsa

Una obra de teatro sobre Miguel de Molina
Ojos verdes, dignidad de republicano y homosexual
Javi Álvarez

Marc Vilavella rinde un homenaje personal a Miguel de Molina y a una época, en un viaje musical que cruza España a través de su crónica para reivindicar la copla y la canción popular como una parte esencial de nuestra historia
Miguel de Molina vivió la guerra y luego, con la llegada del Franquismo, tiempos de explotación, miedo, prejuicios, tortura y huida. Escapó de un gobierno que se cebó con su persona por republicano y homosexual y cayó en Argentina donde con el paso de los años se repetiría la misma historia con otro golpe de los militares. La suya es una historia de dolor, desde su infancia, entre pobreza y analfabetismo, pero cargada con una ilusión propia, la de triunfar sobre un escenario. En su voz la copla tomó cuerpo y se convirtió en un género grande que llenaba los teatros. Ojos verdes se ha construido como un espectáculo para honrar su memoria. En él encontraremos sus palabras, sus gestos, sus canciones y también sus sentimientos.

Miguel de Molina y la copla forma parte esencial de nuestra música. Cuenta Manuel Vázquez Montalbán en Crónica Sentimental de España que la copla nace en la República, entre color y alegría, que después llegó Franco y se la apropió. La barnizó, la encogió cambiando las letras y contando otras historias. Pasó a convertirse en un símbolo de la derecha más rancia que sostenía al régimen. Perdió entonces su luz, diluyó su alegría y los jóvenes huyeron de ella porque había adquirido ese tinte fuertemente franquista, algo que fue alejándola y borrándola de sus aficiones. Las nuevas generaciones se encontraron con la asociación hecha, la despreciaron y no sintieron ganas de rebuscar para encontrar los orígenes, lo verdaderamente popular. Algo que empieza a corregirse y recuperarse con voces como las de Martirio, Pasión Vega o Miguel Poveda.

Ojos verdes nos trae esa otra copla, la primera, la unida a un pueblo republicano feliz y orgulloso que admiraba el arte porque era capaz de sentirlo profundamente. Tiempos alegres de cafés cantantes, de fiestas flamencas, de lunares, donde la calle y lo espontáneo se colaba por todos los lugares. Un instante de esperanza. El espectáculo arranca, a modo de presentación, con un monólogo que es un texto extraído de las primeras páginas de su autobiografía. Nos cuenta con certeras pinceladas su infancia, en un barrio humilde. Son momentos emotivos que tocan al corazón, logrando dibujar el ambiente de la obra y predisponiendo al espectador en unos pocos segundos.

Luego vienen sus canciones que se van intercalando en la historia, profundizando en ella. Miguel de Molina se convierte en la figura que llena el escenario, con trabajo y arte, para crear la imagen de un cantante de copla que no necesita travestirse de mujer. Optó por un pantalón ajustado, camisa blanca, toreras, fajín rojo rodeándole la cintura y el sombrero cordobés coronándole. O por las blusas de lunares cuando se trataba de temas más festivos y dicharacheros.

La obra tiene muy buenos momentos, ingenio y un corazón, el de Marc Vilavella -director, autor y protagonista-, a flor de piel. Nos presenta un Miguel de Molina lleno de matices mientras va recorriendo su vida. Lo interpreta y lo canta, como el torbellino que fue. La bien pagá hacia el final, para contar cuando le concedieron la medalla de la Orden de Isabel la Católica en 1992. Un gesto, después de diecisiete años de democracia que para él no significaba ninguna reparación válida viendo ya tan cerca su muerte. El día que nací yo hacia el principio. Compuesto y sin novia y Ojos verdes para pintar su etapa de esplendor y los números del espectáculo con los que el artista y su compañía se recorrían España.

La voz de Marc Vilavella, como la de los otros tres componentes del grupo, no son las voces de entonces, vienen de nuestros días añadiendo otra tonalidad, pues no se trata de una copia, sino de aportar su propia personalidad a la historia, de convertirla en propia y real. Destaca Gracia Fernández con el chotis chulapo y picantón de La tupinera, y luego en su dulce versión de Ojos verdes. Su compañera Patricia Paisal se luce con Suspiros de España. Pero sobre todo sobresalen con las canciones en que funden sus cuatro voces, como son los temas republicanos y especialmente con la versión que han preparado del ¡Ay, Carmela! Escuchárselo a ellos, levantando el puño derecho mientras sostienen la bandera republicana y el reflejo de otra bandera republicana se proyecta sobre el cortinón del fondo del escenario, eriza toda la piel que se ve recorrida por un hermoso escalofrío. Es un número especial, lleno de fuerza y coraje, que habla de quien teniendo la razón y la legalidad de su parte perdió la guerra y se quedó temblando. Algo que merece la pena revivirlo y que llena el instante de una emotividad infinita que el público termina rompiendo con fuertes y emotivos aplausos.

El suyo es un valor que no falta en ningún momento de la obra, textos que van directos y que explotan certeros en quien se sienta en las butacas. Hay ideología política, la libertad por un lado y la represión por el otro. Como cuando Marc Pociello, vestido de alto mando militar franquista, lee las consideraciones como enfermedad patológica de la homosexualidad. Son los tiempos de los prejuicios, la guerra ha condenado el progreso para introducirnos en un túnel negro de desazón. Y tras la guerra más negrura. Torturas y vejaciones que vemos en un teatrillo con tres marionetas. Crueldad desmedida que a Miguel de Molina ya no le permitirá la menor posibilidad de seguir ganándose la vida con su trabajo. Algunos ganaron la guerra, como fue el caso de Concha Piquer, que se quedó con el repertorio de Molina. A él, sin embargo, con mayor valía, se le trató mal, muy mal, se le persiguió y se le acosó, tanto que sólo regresó a España una única vez.

La música en directo corre a cargo de Marc Sambola que toca la guitarra, el oboe y que además se encarga de la dirección musical y Eduard Tenas al piano. Con ellos dos, con la radio en la que suenan noticiarios o alguna copla y con la voz en off de Quim Dalmau en dos cortos momentos se completa el elenco. Destaca el dinamismo de la compañía y de la obra, como una de sus grandes virtudes. Los actores se muestran hábiles para trasmitir la ternura con su interpretación y la emotividad que brota desde su sensibilidad.

Ojos verdes llegó a Madrid desde las salas de Barcelona por iniciativa del festival gay Visible. Fueron sólo tres cortos días, espero que vuelvan pronto porque su esfuerzo merece la pena.

http://islainexistente.javialvarez.es/2010/07/ojos-verdes-dignidad-de-republicano-y.html

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Entrevista a Marc Vilavella  todoMusicales

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Crítica

Portal digital http://www.indienauta.com. 9 de Juliol del 2009

El pasado 19 de junio se estrenó en el Brossa Espai Escènic la obra Ojos verdes, Miguel de Molina in memoriam, un periplo a través de la vida del cantante y de la historia de España.

Y como se dice muchas veces en Cataluña “En el pot petit hi ha la bona confitura”. Este sería, sin duda, el mejor emblema o resumen de la obra que la compañía de teatro La Barni representa estos días en Barcelona, y que recorre los primeros años (los años españoles) de la vida y obra del cantante de coplas Miguel de Molina, ofreciéndonos un espléndido recital de la historia y de la música española de los primeros cuarenta años del siglo XX.

Y es que todo en Ojos Verdes es perfecto o casi perfecto. La obra se suma a la celebración, iniciada el año pasado, del centenario del nacimiento del cantor, para analizar y reivindicar la figura de uno de los cantantes de copla más famosos de su tiempo, y la lucha y la derrota libertaria que tanto el artista como el país en el que vivía sufrieron al finalizar trágicamente la Guerra Civil Española, en un momento, el actual, en el que los principios de igualdad y libertad se ven ominosamente amenazados en España, en Europa y en el mundo, debido al avance de ideologías ultra-conservadoras que, como no, tienen como objetivos declarados la inmigración y la libertad sexual, dos elementos propios de la figura y de la vida de Miguel de Molina.

El Brossa Espai Escènic nos ofrece un pequeño escenario, algo parecido a un tablao flamenco, donde el alter ego de Miguel de Molina y algunos de sus amigos y compañeros nos muestran y nos narran las primeras etapas de la vida del cantante: una infancia humilde, más que humilde pobre, sus primeras experiencias en el mundo de la canción, sus éxitos antes y durante el periodo de la Segunda República y finalmente el maltrato al que fue sometido por los vencedores de la contienda civil, que propiciaron su marcha a Suramérica.

El narrador de todo esto es el mismo Miguel de Molina (Marc Vilavella), que acompaña sus andanzas y vivencias con temas musicales de la época, interpretados de forma agradablemente magistral por él mismo y por sus compañeros en escena. Un ejercicio brillante en el que se mezcla tanto la historia como la historia de la música, y que consigue, sin duda alguna, ganarse al público y crear una atmósfera de realidad que nos transporta atrás en el tiempo.

Todos los actores y actrices realizan una gran labor interpretativa, aunque, como no, destaca la actuación del propio Marc Vilavella, actor principal y director de la obra, que se mimetiza milimétricamente con el personaje real de Miguel de Molina.

Lo que destaca también en la obra es la puesta en escena y el lenguaje narrativo, humildes ambos pero que alcanzan un alto registro de calidad. El escenario es un espacio indefinido, infinito, oscuro y sin tiempo, en el que la historia se proyecta a través de la interpretación de los propios actores y de los músicos, que, como en cualquier tablao flamenco, también están presentes. Pero el lenguaje escénico evoluciona, cambia y tiene la capacidad de transmutarse según las necesidades de la obra. Así pasaremos de una actuación representada a un magnífico episodio de teatrillo de marionetas o a una genial representación de la tragedia de la Guerra Civil a través de la simplicidad que contiene una bandera, una canción y varios brazos alzados.

Lo que parece así una pequeña obra conmemorativa se convierte, al final, en todo una alarde de creatividad, buen gusto y genialidad a la hora de trasladar al escenario una historia vital y una época tan lejanas y olvidadas, a veces, y tan cercanas y próximas, casi a flor de piel, casi siempre.

Una recomendación que no se puede eludir de ninguna de las maneras, si se quiere gozar de un pequeño y no menos magnífico espectáculo teatral.

Jorge Pisa Sánchez

Crítica

QuèFem de La Vanguardia. Setmana del 12 al 18 de Juny del 2009

Que Fem

Crítica

«Ojos verdes», de Marc Vilavella. Espai Escènic Joan Brossa, 30 setembre 2007

 

Agafant com a fil conductor la biografia de Miguel Frías Molina (1908-1993), conegut artísticament com a Miguel de Molina, el muntatge creat, dirigit i també protagonitzat per Marc Vilavella en el paper del cantant malagueny, fa un recorregut per la història d’Espanya des de principis del segle XX, passant per la República, fins a la Guerra Civil i l’exili.

Amb el fil musical de fons, l’espectacle reivindica la copla, no com un art del franquisme —que sí que se la va apropiar— sinó com un referent musical anterior i viu durant l’època de la República Espanyola. Però és també una denúncia contra la Dictadura franquista i una de les seves repressions, la persecució de l’homosexualitat com a crim gairebé polític.

Dit així, podria semblar que ‘Ojos verdes’ és una obra de text i enfocat des de la transcendència. Res més lluny d’això. L’espectacle, bàsicament musical, inclou un repertori de peces mítiques com ‘Ay, Carmela!’ —que porta a la memòria l’obra de Sanchis Sinisterra—, ‘Suspiros de España’, ‘La bien pagá’ o la mateixa ‘Ojos verdes’, entre una quinzena de cançons, amb dos músics en directe i diferents personatges que van envoltar Miguel de Molina en les seves diverses etapes, des de la infància fins a la plenitud artística i la persecució.

‘Ojos verdes’ recorre a la transcendència a través de l’emoció i el sentiment, una emoció i un sentiment que van pujant de to fins que arriba al seu moment àlgid —amb els fets de l’inici de la Guerra Civil i la mort, entre altres, de García Lorca— i que torna a baixar, ara cap als inferns de la repressió, caricaturitzats amb uns titelles com a metàfora de la gran i cruel titellada que va ser el franquisme.

Marc Vilavella ha fet aquest espectacle com a final de carrera. I el professorat que l’ha hagut de jutjar no ho sé, però el públic li concedeix matrícula d’honor, entre altres coses perquè el jove actor es posa a la pell del personatge —físicament hi té una retirada— i arriba al cor dels espectadors, tant al dels més grans —que reviuen una època que els va ser esmicolada— com al dels més joves que descobreixen una part del seu passat que per a la gran majoria també els ha estat amagat.

Al voltant de Marc Vilavella, la resta d’intèrprets caricaturitza els personatges de l’època amb moments teatrals plens d’efectisme que estan en mans de joves actrius i un actor que han trepitjat ja altres escenaris amb Dagoll Dagom, Comediants o el Teatre Nacional de Catalunya, i que en un espectacle de cambra com ‘Ojos verdes’ i en un espai reduït com el del Brossa els exigeix passar la prova del contacte pell a pell amb els espectadors. La interpetació, en conjunt, és suggerent i rigorosa, dos elements que fan que el resultat sigui excel.lent, llargament aplaudit i empeltat d’una emoció continguda per la passejada feta en una hora i mitja a un espai de la memòria històrica.

 

Andreu Sotorra Revista digital Clip de Teatre i Ràdio Estel

 La Vanguardia, 2 d’octubre 2007

 critica la vanguardia